H. P. Lovecraft, Cthulhu: una metáfora del trauma
Esta año se celebra el natalicio de H. P. Lovecraft. Hace 130 años, el 20 de agosto de 1890 nace el autor que redefinió el terror contemporáneo. Pocos escritores han tenido tanto influjo en la cultura popular como el escritor de Providence (probablemente el inglés J. R. R. Tolkien sea el único que goza también de este privilegio póstumo). Sin embargo, gran parte de su universo terrorífico derivó de la tortuosa infancia junto a su madre, Sarah Susan Phillips, quién después de la muerte de su esposo en un hospital psiquiátrico -el comerciante Winfield Lovecraft- volcó en su hijo sus enfermizas aprensiones.
Más allá de su temprano ateísmo, sus prematuras lecturas, su obsesión autodidacta por la ciencia, lo cierto es que sufrió terribles abusos por parte de Sarah: ella solía vestirlo de mujer ante su frustración por no dar a luz a una niña, le impidió asistir a la escuela y sociabilizar con otros niños, le decía que la gente lo rechazaría por su fealdad, lo mimaba exageradamente y contribuyó a su obsesiva hipocondría; todo lo anterior terminó por configurar sus obsesiones y pesadillas. Es decir, su literatura puede ser también entendida como una metáfora de sus traumas. Aunque sin duda el martirio del joven HPL se vio atenuado por su relación con su abuelo materno, Whipple Van Buren Phillips (la persona que más admiró aparte de Poe y Dunsany), con quien superó su miedo a la oscuridad caminando por la noche por los oscuros corredores de la enorme casa ubicada en el 454 de Angell Street en Providence y quien motivó en él su pasión por la lectura gracias a su extraordinaria biblioteca.
Probablemente uno de los relatos más decidores al respecto es “El extraño”, escrito en 1921 y publicado en la emblemática Weird Tales cinco años después. Ahí se relata la historia de un personaje que ha vivido recluido toda su vida en una edificación gótica, tiene escasos recuerdos de su pasado y ansía la libertad. Un día decide salir de su refugio y aventurarse en una torre desconocida. En el lugar un grupo de personajes disfrutan alegremente de una fiesta y cuando el visitante irrumpe, la multitud huye despavorida. El protagonista sin entender lo sucedido se encuentra cara a cara con una criatura espantosa que lo observa, sin embargo, al mirar con detención se da cuenta que es su propia imagen reflejada en un espejo. Luego, el personaje acepta su propia monstruosidad y comprende que ser un extraño en el mundo es su verdadera esencia.
Sarah también lo educó bajo estrictos parámetros, acentuando los valores puritanos y la idea de una de que su familia emanaba de la pureza de los colonos ingleses, esto forjó el marcado racismo del autor que hasta el día de hoy suscita polémica entre sus lectores. Pero fue su incursión en el periodismo amateur lo que lo llevó a abandonar su reclusión, y gracias a esta actividad hizo amistad con autores que posteriormente serían fundamentales en su círculo: Clark Ashton Smith y Frank Belknap Long. En ese medio también conoció a Sonia Greene, periodista, empresaria y escritora, con quien contrae matrimonio en 1923 casi clandestinamente. No obstante, Lovecraft no toleró la agitada vida de Nueva York (y para algunos biógrafos tampoco el sexo con su esposa) y la pareja se separa dos años más tarde bajo un extraño acuerdo de cordialidad, pero no se divorcian. Este acontecimiento junto con la muerte de su madre en 1921 marcan el inicio de la época de mayor madurez creativa del autor, que se concentra específicamente durante la década de 1930.
En 1926 escribe el cuento que expone los cimientos de su universo cosmogónico: “La llamada de Cthulhu” (que en realidad es una reescritura de “Dagon”, un relato breve que redactó a los 17 años). Este cuento presenta al gran Cthulhu, una de las deidades más poderosas de tu espantoso panteón y que ha transcendido de manera extraordinaria hasta nuestros días. Desde ese momento, la escritura de Lovecraft se torno más compleja y metafísica, rompiendo parámetros estructurales y convencionalismos del relato de terror clásico, contraponiendo dimensiones alternas y criaturas inconcebibles con la hiperrealidad moderna. Lo monstruoso, en este sentido, deja de ser gótico para dar lugar a la crisis del sujeto, manifestando el miedo a los conflictos bélicos, a la desigualdad social y la fragmentación del conocimiento.
La realidad ya no puede ser leída desde su contradicciones, sino desde la insignificancia del ser humano ante aquello que no comprende. Posiblemente las mejores adaptaciones indirectas de la obra de HPL, como Alien (1979), de Ridley Scott, The Thing (1982), de John Carpenter o la reciente serie Lovecraft Country (HBO, 2020) han recalcado esta idea en distintos contextos culturales. La ciencia, la religión, la política, no son más que ilusiones frágiles y mutables. Tal vez el verdadero horror lovecraftiano sea la certeza de que individuo es incapaz de dominar la naturaleza y comprender sus misterios. ¿No se ha comprobado esto con la imparable expansión de la pandemia? ¿Cthulhu (quien encarna las fobias, los traumas y deseos reprimidos de su propio creador) acaso no cobra ahora mayor fuerza que nunca?.
Autor de este articulo
- Jesús Diamantino Valdés es profesor de literatura, escritor y lector obsesivo, amante del terror y de la cultura pop. Entre sus publicaciones se encuentra Cuentos chilenos de terror, misterio y fantasía de Ed. Cuarto Propio y El legado del monstruo de Editorial Zig-Zag.
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