La sombra de Drácula
El abad de Senones, Dom Antoine Agustín Calmet (1672-1757), publicó en 1746 el trabajo titulado Traite sur les Apparitions des Esprits, et sur les Vampires, texto que en pleno periodo ilustrado buscaba poner en tela de juicio la creencia tan expandida en estos seres sobrenaturales. No obstante, más que echar tierra sobre el tema, Calmet colaboró significativamente en la construcción literaria de la figura del resucitado.
A diferencia del fantasma, el vampire o upyr (en su vocablo eslavo) presenta una visión de la muerte mucho más angustiosa y descarnada, porque si bien la literatura espectral nos ofrece una imagen de un espíritu materializado, éste siempre termina desvaneciéndose en los confines del recuerdo o en las tinieblas del inconsciente dejando solo una huella abstracta de su aparición (como los fantasmas de la magnífica The Haunting of Bly Manor de Netflix) pero el vampiro amenaza a los vivos con su terrible corporeidad, alimentándose de ellos cada vez que su instinto animal y demoníaco sale a flote. Sin embargo, el upyr, al igual que su compañero espectral de ultratumba es
Hijo de la imaginación popular, que acuñó su negra fama de baladas y canciones, el vampiro despertó de su letargo por obra de ese gran movimiento de remitologización que fue el Romanticismo y llegó a conocer su esplendor durante la época de la ‘reproductividad técnica’ de la obra de arte, según la expresión de Walter Benjamín, con el auge de la industria editorial, la prensa ilustrada y el folletín. (Ibarlucía y Castelló-Joubert 9)
Es decir, que la figura del vampiro se fue forjando desde su incorporación en la literatura romántica, adquiriendo su esplendor en la cultura de masas como una figura latente y perdurable en la conciencia colectiva. Esta criatura se define, entonces, como un no-muerto: un ser que transita entre los vivos como un cadáver eterno; un ser que porta la horrible alegoría de la muerte personificada. Pero su connotación maligna guarda relación también con el sufrimiento y la condena que supone su propia naturaleza. El vampiro resulta, entonces, una proyección del hombre despojado de su humanidad y confinado al tormento de la eternidad. Al respecto, Iberlucía y Castelló-Joubert señalan que:
El vampiro es contemporáneo de las pesadillas de Füssli, de las fantasías carcelarias de Piranesi, de los Caprichos de Goya y de la fascinación gótica por la escenografía medieval y los predicadores estéticos que Edmund Burke reconoció en lo sublime: el temor, la oscuridad, el poder, la vastedad, la infinitud, el dolor (9).
En definitiva, el upyr arrastra con el sufrimiento de ser un animal ávido de sangre, sin posibilidad de abrazar la trascendencia divina.
Desde el romanticismo el vampiro ha evolucionado de forma notoria; metamorfosis que advierte según el contexto en donde se sitúa. Su carácter mortuorio no representa un cambio sustancial, pero sí la manera en que se desenvuelve entre los vivos. El primer texto literario en donde se prefigura la imagen del no-muerto es el poema Lenore, del escritor alemán Gottfried August Büerger. La obra publicada en 1774 presenta la historia de Lenore, una joven que, desesperada por la ausencia de su prometido, blasfema contra Dios y es castigada por su mismo amado, Wilhem, quien la lleva cabalgando por tétricos parajes hasta llegar al sepulcro en donde reposan sus restos. El novio cadáver exclama una frase célebre que será retomada por Bram Stoker en su célebre novela, Drácula (1897): “Die Toten reiten schnell” (Los muertos cabalgan deprisa), aludiendo al carácter sobrenatural del personaje.
Sin embargo, durante el siglo XIX, el upyr adquiere un carácter aristocrático que alude directamente a implicancias sociales. La personificación de la muerte será interpretada como el auge de una clase dominante que se alimenta de la vitalidad de las masas desposeídas. Siguiendo esta lógica, la configuración definitiva del no-muerto se manifestará a través del tenebroso conde Drácula, personaje que además de integrar los rasgos perversos y seductores extraídos de El Vampiro (1820), de John William Polidori, inserta a la bestia en el esplendor de la Revolución Industrial. Drácula abandonará los recónditos escenarios folclóricos de Transilvania para forjar su imperio del terror en una Inglaterra absolutamente moderna.
Si bien la obra pertenece al género fantástico, resulta también notoria la exposición de elementos realistas como la hipnosis y el ahondamiento en el inconsciente, esto a través del ritual de seducción que el vampiro impone ante sus víctimas; las innovaciones de la medicina por medio de las transfusiones que se le practican a Lucy Westenra; los avances de mecanografía y el progresivo posicionamiento laboral de la mujer. Y, especialmente, el miedo paranoico ante el fracaso del modelo económico victoriano. Drácula es una amenaza no solo para los personajes, sino también para el orden burgués decimonónico, ya que este exterioriza la sexualidad, invierte la tradición litúrgica e intenta imponer los valores de una aristocracia en decadencia. Por ello, este terrible monstruo debe ser combatido y expulsado. Sin embargo, la virulencia del vampiro estuvo lejos de extinguirse. Muy bien lo sabía Stoker al momento de concebir y trabajar en su obra maestra. Drácula tenía que eternizarse en las tablas, encarnado por el hombre que amaba obsesivamente: Henry Irving, el afamado actor del teatro Lyceum. Sin embargo, este infructuoso proyecto encontró asidero posteriormente en el cine gracias a Nosferatu (1922), de Friedrich Wilhelm Murnau y a Drácula (1931), de Tod Browning.
De ahí en adelante, la sombra del no-muerto se instauró en la consciencia colectiva al igual que un murciélago sediento que ha perpetuado hasta la actualidad. Su persistencia se debe, en gran medida, a la relación ambivalente que el hombre manifiesta hacia lo desconocido e indescifrable; una seducción latente que reactualiza al mito por el acto de negación frente a la muerte. Así lo observa agudamente el profesor Van Helsing, cuando señala que el poder del vampiro radica esencialmente en el hecho de que nadie cree en él.
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Bibliografía:
Ibarlucía, Ricardo y Castelló-Joubert, Valeria. “Estudio Preliminar”. Vampiria: historias de revivientes en cuerpo, upires, brucolacos y otros chupadores de sangre. Buenos Aires: Editorial Adriana Hidalgo. 2007
Autor de este articulo

- Jesús Diamantino Valdés es profesor de literatura, escritor y lector obsesivo, amante del terror y de la cultura pop. Entre sus publicaciones se encuentra Cuentos chilenos de terror, misterio y fantasía de Ed. Cuarto Propio y El legado del monstruo de Editorial Zig-Zag.
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